lunes, 29 de septiembre de 2008

Barsky: "Un partido del agro sería un error"

"La Rebelión del campo" es el nombre del libro que el investigador rosarino Osvaldo Barsky escribió para situar una cronología y la agenda de temas que se discutieron en el conflicto agropecuario. Temario que va desde las retenciones, hasta las transformaciones de la estructura agraria de este siglo. Pasado el conflicto, el especialista considera que las "entidades del campo" se están equivocando en la estrategia de diálogo con el gobierno y ve en el gobierno un interlocultor más fuerte. Descarta la posible conformación de un partido del campo y posibilidad de un nuevo conflicto del tenor al que transcurrió en este año.

—¿Qué problemática aborda el libro?

—Tiene dos partes. Un anexo con la cronología del conflicto y una desagregación de la agenda del mismo, ya que habla de la expansión agrícola en Argentina. Se realiza un análisis en el que se plantea que "la soja no es un yuyo", aludiendo a las palabras de la presidenta Cristina de Kirchner, donde se habla de la relación de la soja con el empleo, el medio ambiente. También hay un capítulo acerca de qué campo hablamos cuando hablamos del campo, las transfomaciones de la estructura agraria, un análisis de los pooles de siembra y las empresas agropecuarias, el precio de los alimentos, la degradación institucional y cómo fueron cayendo los aparatos estatales agropecuarios, las retenciones. Finalmente cierra con una propuesta acerca en lo que tiene que avanzar el campo.

—¿Qué análisis hace del conflicto?

—Lo central es que el conflicto puso a la superficie un fenómeno que muchos sectores, a partir de las grandes transformaciones en la región pampeana, habían restado importancia. Este confllicto le ha permitido ganar centralidad al campo en cuanto a su papel dentro del desarrollo nacional. Puso en debate cuánto genera de empleo y de inversión. También quedó en evidencia que las políticas agropecuarias que necesita el país son políticas integrales. El agro no es una fuente de recaudación de impuesos sino un activo desarrollador .

—¿Cómo ve la relación de las entidades con el gobierno?

— Las entidades se están equivocando mucho porque siguen el debate en el Congreso, que es el lugar de la victoria, en vez de aprovechar el lugar donde se debe discutir, que es la Secretaría de Agricultura, y aprovechar esa ventana. Por otra parte, veo una posición distinta del gobierno. Las entidades deberían tener la cintura política y aprovechar eso. Deben capitalizar el triunfo con avances serios en políticas desagragegadas, porque creo que el campo está yendo por menos en lugar de por más.

— Muchos hablan de la conformación de un partido del campo ¿Usted lo considera posible?

—Se intentó muchas veces en la Argentina y no funcionó. Por ejemplo, a fines del siglo XIX la Sociedad Rural Argentina (SRA) lo intentó y no funcionó. El tema es una cuestión de representatividad, ya que no puede representar a nadie que se salga por fuera de los límites. El lugar nato para sus reivindicaciones son las propias organizaciones del agro, y tienen distintas instituciones como el Inta, para hacer lobby.

—¿Hay posibilidad de otro conflicto?

—No lo creo. Hay urgencias, la cuestión cárnica y la lechera son prioridades. Hay que ver qué pasa con los precios internacionales ya que la cuestión agrícola se puede complicar con el actual nivel de retención. Por otra, parte se deben bajar los arrendamientos.


Publicado en La Capital 28/9/2008

sábado, 13 de septiembre de 2008

Entidades necesitan cintura política (*)

Osvaldo Barsky, autor del libro “La Rebelión del Campo”, criticó además al grupo de intelectuales Pro K. "Tienen total desconocimiento del campo", dijo. Opina que entidades técnicas deberían avanzar hacia lo gremial.

Osvaldo Barsky es un académico, economista de profesión, rosarino y con raíces chacareras por vía materna, que se ha especializado en la investigación de la historia rural.
En los últimos días publicó La Rebelión del Campo (Editorial Sudamericana), un libro donde indaga sobre el reciente conflicto agropecuario, lo cual dio pie para el siguiente diálogo.

-El mismo título parece indicar una toma de posición. Se rebela aquel que está sojuzgado contra quien lo somete.

-Usted sabe cómo es el tema editorial. Originalmente le querían poner La Soja no es un Yuyo o La Batalla del Campo. Nosotros los fuimos desechando, porque batalla connota a guerra. Sí nos pareció que el conflicto tuvo sentido de rebelión, producto de una cantidad de intervenciones que venían acumulándose desde 2005 y que terminó haciendo que la gente se rebelara. Había una percepción de hostilidad contra el sector rural que derivó en esta situación.

-¿Por qué refiere a quienes se opusieron al Gobierno como "la gente"? ¿Y el resto?

-La tomamos porque fue un hecho de la realidad. Las encuestas muestran que el conflicto tuvo un apoyo masivo de la población a favor del campo. Es un dato objetivo. El campo fue visualizado como una causa justa; se defendía a un sector productivo, moderno. De ahí la gran repercusión social. El grupo de intelectuales que apoyó al Gobierno había criticado justamente esa apropiación, al igual que la de la escarapela o la Patria.

-Yo diría que si hay una nota común en todos ellos (el grupo de intelectuales) y a unos cuantos los conozco bien, es su absoluto desconocimiento de la cuestión agraria. Es gente que no tiene la menor idea de cómo funciona (la actividad rural) en el presente y quiénes son sus actores sociales. Por eso junto con el Gobierno pasaron rápidamente de hablar de los terratenientes a los pooles de siembra, siempre buscando un ogro gigantesco a quien culpar. Esto es particularmente así en la Ciudad de Buenos Aires o el GBA, donde la distancia intelectual con el interior es terrible. No es el caso de Rosario, por ejemplo, donde se comprende cómo es la situación.

-El campo se ha convertido en un sector mimado por la política y la sociedad. La pregunta es cuánto dura eso y si es amor o conveniencia.

-Yo creo que el conflicto mostró que la relación es estructural. Incluso los partidos políticos con desarrollo territorial se sensibilizaron frente a esta realidad y reaccionaron porque se quedaban sin base social. Es más, solo la cúpula del Gobierno, con un manejo muy particular del poder, de "todo o nada", pudo llevar el conflicto como lo hizo. El caso de Córdoba es el caso más transparente, con los intendentes formando un bloque en torno al campo.

-¿Cómo está viendo a las entidades hoy?

-Creo que han quedado prendidas en la discusión de las retenciones, en vez de ir desagregadamente tema por tema con propuestas.

-Las entidades han mostrado hacer que algo no se haga. ¿Puede ahora hacer que algo se haga?

-Ese es el problema. Yo en alguna charla que tuve con gente de Aacrea siempre he insistido en que entidades de ese tipo deberían dar un paso más e involucrarse en la parte gremial. Al quedarse Aacrea, Aapresid u otras, en el plano técnico y las otras en el gremial, por un lado las gremiales son muy débiles y las otras no quieren lío, pero no hay en el medio algo más propositivo.

-Ahora las entidades gremiales parecen querer avanzar vía Congreso.

-Creo que el craso error que se está cometiendo es pedirle al Congreso que se transforme en una Secretaría de Agricultura. El Congreso tiene que estar para los grandes temas, pero la construcción del día a día hay que hacerla en la Sagpya. Lo peor que pueden hacer las entidades ahora es deslegitimar la ventanita que se les abrió en Agricultura. Al contrario, yo creo que deberían haberla ensanchado y haberle dicho a Cheppi que lo iban a ayudar en su confrontación con Moreno, en vez de salir a decir a la semana que esto es lo mismo de siempre, porque de hecho no lo fue. Aquí está faltando cintura política o hay otra idea de los dirigentes que se están lanzando más abiertamente a la arena política.

-¿Percibe que alguna entidad ha logrado sacar más ventaja que otra respecto de donde estaba el 10 de marzo?

-No sé, excepto Coninagro, creo que las otras tres han obtenido sus logros. La SRA logró que en el imaginario colectivo se haya diluido su imagen negativa vinculada a los gobiernos militares, etcétera. Federación Agraria, ni hablar, aunque ha mostrado que allí hay de todo. A De Angeli no se lo puede clasificar como pequeño; por la forma en que se mete en la producción está mucho más interesado en un frente con los grandes que en una diferenciación profunda. En cambio Buzzi me parece que tratar de expresar a los tipos del interior de Santa Fe que son efectivamente mucho más chicos en capital. Pero todos avanzaron.

-Las encuestas mostraban a Buzzi y De Angelis con la mejor imagen, atrás Miguens y después Llambías. ¿Cree que CRA pasa a ocupar el lugar de SRA en el imaginario?

-En verdad CRA es la entidad más dura del campo. SRA es un grupo de presión de la Ciudad de Buenos Aires. No todos sus miembros son agrarios. Son 10.000 personas que conforman un gran grupo de presión de la Ciudad de Buenos Aires. Nosotros hicimos un estudio de sociedades rurales del interior y ahí percibimos que CRA no sólo agrupa mucho más productores que las otras tres, sino que además es la más democrática en términos de funcionamiento. El mandato de la base se expresa sin mediación alguna en sus dirigentes. Contradictoriamente eso hace que sea mucho más reaccionaria, más antigubernamental, más anticiudad. Es lo que marca la relación entre Carbap y CRA.

(*) Publicado en Infocampo 12/9/2008

martes, 9 de septiembre de 2008

Deficit de gobierno argentino en seguridad alimentaria (*)

BUENOS AIRES, 7 (ANSA)- El conflicto entre el gobierno argentino y las organizaciones patronales rurales, que amenaza con reactivarse, exige un abordaje que trascienda las medidas oficiales de recaudación fiscal y garantice la seguridad alimentaria para los habitantes de menores recursos, señala un ensayo de edición reciente.

El ensayo, titulado "La rebelión del campo-Historia del conflicto agrario argentino", advierte que el gobierno reiterará una política errónea si no vislumbra "la diversidad" del sector productivo rural y recurre "exclusivamente" a medidas fiscales, en su afán de incrementar la recaudación impositiva.

Pero el ensayo también sostiene que las organizaciones agrarias "tienen un desafío enorme por transformar sus tradicionales políticas de resistencia a impuestos y reclamos fragmentarios y parciales, en aportes integrales que contemplen necesariamente los intereses del conjunto de la sociedad", como es la seguridad alimentaria.

Una solución integral también debería avanzar de modo "imperioso" en el control de las maniobras de defraudación fiscal que habrían concretado las empresas exportadoras de cereales "con la negligencia, como mínimo, de funcionarios estatales" durante los últimos ñoas, agregó el trabajo.
El incremento del impuesto a las exportaciones de soja (soya) adoptado por el gobierno de Cristina Fernández el 14 de marzo desató un conflicto de 130 días, con cortes de ruta y desabastecimiento de alimentos básicos, como carnes y leche.

Los autores del ensayo, Osvaldo Barsky y Mabel Dávila, sostienen que "la energía social desplegada" durante el conflicto "merece ser retransformada en un salto de calidad social e institucional". JMG

(*) Publicado en ANSA 7/9/2008

La soja no es un yuyo (*)

En La rebelión del campo. Historia del conflicto agrario argentino, la ingeniera agrónoma Mabel Dávila y el sociólogo rural Osvaldo Barsky se proponen revisar toda la historia de la soja, desde su remoto origen hasta su llegada a la Argentina, y demostrar que no es un mero “yuyo”, como lo llamó la Presidenta. Para lograrlo, los autores se informaron más que nadie antes y consultaron fuentes económicas fidedignas, que figuran en el libro. Como muestra, PERFIL ofrece fragmentos del capítulo 2, referido a lo menos divulgado de la soja.

Por Osvaldo Barsky y Mabel Dávila

E l 31 de marzo de 2008, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, en el tono coloquial que gusta intercalar en sus discursos, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner señaló: “El otro día charlaba con alguien y me decía que la soja es, en términos científicos, prácticamente un yuyo que crece sin ningún tipo de cuidados especiales. Para que ustedes tengan una idea, argentinos y argentinas, el glifosato, que es algo con lo que se bombardean las plantaciones de coca en Colombia o en la frontera con Ecuador para destruirlas, a la soja no le hace nada; es más, le hace bien, porque le mata todos los yuyos que están alrededor”.

El comentario adquirió una relevancia significativa en el álgido clima del conflicto desatado el 11 de marzo. Posiblemente, haciéndose eco de su demonización por distintos actores sociales que han convertido a una simple planta en la responsable de una larga serie de males, tanto para los agricultores pequeños, la vegetación natural y los bosques, la sustentabilidad de los suelos, la posible falta de los alimentos tradicionales y cuanto otro elemento pueda desplegar la fértil imaginación de dirigentes sociales, organizaciones no gubernamentales, ciertos académicos y periodistas, políticos y funcionarios estatales.

Que una planta encarne los males que normalmente se atribuyen a las acciones de los seres humanos es un fenómeno tan notable y pueril que sólo fue expresado adecuadamente por la historieta “La Nelly” publicada en el diario Clarín por los humoristas Langer y Rubén Mira, donde la soja, convertida en un monstruo gigantesco y devorador, amenazaba la integridad física de los habitantes de Buenos Aires (...).

La soja o soya (Glycine max) es una planta de la familia de las leguminosas, cultivada por sus semillas, utilizadas en alimentación y para la producción de aceite. Al igual que las lentejas, las arvejas y los garbanzos, trae sus semillas en vainas o chauchas con un poroto de alto valor proteico (cercano al 35%). Es originaria del Este Asiático, probablemente del norte y centro de China. Según la tradición, la soja fue descubierta por el emperador chino Sheng-Nung hace más de tres milenios. Este disponía de grandes campos de cultivo sembrados con la leguminosa, y se dedicaba a estudiar y describir sus propiedades alimenticias y medicinales, las cuales plasmó en el libro Materia médica.

Para los emperadores chinos, la soja era una de las cinco semillas sagradas, junto con el arroz, el trigo, la cebada y el mijo. En el Libro de las odas (siglo VI a.C.) se lee que procede de plantas silvestres de su misma especie y que se cultivó por primera vez reinando Chang, en pleno siglo XV a.C. En el libro de Li Shizen, titulado Bencao gangmu o Tratado de todas las plantas, escrito en 1595 a.C. durante el imperio de los Ming, se dedica un capítulo entero a la soja.

Habrían sido los monjes budistas quienes la introdujeron en Japón en el siglo VII, donde muy pronto se convirtió en un cultivo popular. Después de la guerra chino-japonesa (1894-1895), los japoneses comenzaron a importar tortas de aceite de soja para usarlas como fertilizantes. En la India se la promocionó a partir de 1935. Su nombre (soy) viene del Japón y ha sido la base de la alimentación en pueblos asiáticos que tenían escaso acceso a proteínas de origen animal.
Actualmente es uno de los principales alimentos de China, Japón, Corea y Vietnam, donde se obtienen distintos derivados como la salsa de soja, los brotes de soja, el queso de soja (tofu), natto o miso. Del grano de soja se obtiene el poroto tausí, frijol de soja salado y fermentado, muy usado en platos chinos. Entre los derivados se destaca también la leche vegetal, que se extrae triturando sus granos y se utiliza como insumo para preparar distintas bebidas y jugos.

También estos alimentos se han expandido fuertemente en el Occidente, donde llegó en el siglo XVIII. Son los misioneros los que introducen las primeras habas de soja para su cultivo, sin gran éxito al parecer. También los marinos holandeses y portugueses la trajeron como novedad. Las primeras semillas plantadas en Europa provenían de China y su siembra se realizó en el Jardin des Plantes de París en 1740.

Ya en 1692 el destacado científico alemán Engelbert Koempfer había descripto los principales usos de la planta en un libro de recuerdos sobre su viaje a Japón (...).

Debido a su aporte proteico, también es utilizada como alimento para animales, como pollos, vacunos y cerdos, en forma de harina de soja, la que históricamente siempre ha competido internacionalmente con la harina de pescado. El poroto de soja contiene 83% de harina y 17% de aceite. Al extraerse el aceite queda como residuo una torta (pellets), que es un concentrado de proteínas vegetales (42-44%) utilizado para la alimentación animal, y principal fuente de aminoácidos en la composición de los alimentos balanceados que consumen las especies mencionadas. Su adaptación a climas diversos y las pocas enfermedades que la atacan son dos de sus características, que la convierten en una forma de cultivo muy rentable, aunque su mayor enemigo es la sequía.

A principios del siglo XX ya funcionaban en Inglaterra en gran escala fábricas de aceite de soja, cuyos residuos se empleaban para el engorde del ganado. Las cantidades consumidas en Gran Bretaña y en el continente europeo aumentaban constantemente. Esta demanda dio lugar al desarrollo de una importante industria de exportación de tortas de soja de China, curiosamente hoy gran demandante.

Por el puerto de Chefou se embarcaban en la primera década de este siglo unas 100 mil toneladas anuales. Años más tarde (1765) se introdujo en América (Georgia, EE.UU.) desde China, vía Londres. A comienzos del siglo XIX se empezó a cultivar en los Estados Unidos. Alcanzó gran importancia en los estados del medio oeste después de la Primera Guerra Mundial, para recuperar la fertilidad de las tierras agotadas por el cultivo intensivo de maíz. En las raíces de la planta de soja se forman nódulos. Esto se debe a la asociación de esta especie con bacterias del suelo del género Rhizobium que fijan nitrógeno gaseoso. Mediante esta asociación, o “simbiosis”, la soja, que aporta carbono a las bacterias, obtiene de éstas el nitrógeno de la atmósfera.

Como el nitrógeno es uno de los principales nutrientes necesarios para el crecimiento vegetal, la fijación biológica de nitrógeno resulta beneficiosa. No sólo permite disminuir el uso de fertilizantes químicos en la agricultura, sino que también contribuye a prevenir la pérdida de fertilidad del suelo.Y tiene otra ventaja. Cuando se cosecha el grano, gran parte del nitrógeno queda en el rastrojo, enriqueciendo con este nutriente el suelo y mejorando la fertilidad (...).
En el quinquenio 1935/39 ya se habían sembrado en EE.UU. un promedio de 1.231.097 hectáreas. En la década del 40 hay una gran expansión del cultivo por la extracción por solventes del aceite y por la gran demanda de proteína y grasas a raíz de la Segunda Guerra, liderando ese país la producción mundial a partir de 1954. En Brasil fue introducida en 1882, pero su difusión se inició a principios del siglo XX y la explotación comercial comenzó también en la década del 40, constituyéndose hoy en el segundo productor mundial de soja.

Las primeras plantaciones en la Argentina se hicieron en 1862, según Giorda y Baigorri (1997), y según Agrasar (1957) en 1898, pero no encontraron eco en los productores agrícolas de aquellos años. En 1912 A.C.Tonnelier, jefe de la Estación Experimental anexa a la Escuela Nacional de Agricultura y Ganadería de Córdoba, da cuenta de los resultados obtenidos en los dos últimos años por esa dependencia en la experimentación con esta planta. En 1925, el ministro de Agricultura Tomás Le Bretón introdujo nuevas semillas de soja desde Europa y trató de difundir su cultivo, conocido en esa época entre los agrónomos del Ministerio como arveja peluda o soja híspida. Previamente el Ferrocarril Buenos Aires-Pacífico había intentado su cultivo comercial, y otras empresas privadas (Gobecia SA y Bunge y Born) habían fracasado en sus intentos de adaptación.

En 1946, Juan L. Tenembaum señaló que la causa por la cual la soja no había podido ser implantada a escala comercial en el país no era de orden agrícola, ya que en los diversos ensayos realizados había demostrado ser apta para desarrollarse, desde el centro de la provincia de Buenos Aires hasta el extremo norte de Misiones. Indicó entonces que se trataba de una cuestión económica, por falta de mercado interno y dificultades para competir en el exterior. Respecto del mercado interno, planteó que la leche de soja, el queso y la harina no podían competir con la tradición de lácteos de origen animal y con la harina de trigo. Con respecto al aceite, mostraba que el contenido en la soja era más bajo que en el maní y girasol usados como comestible, y del lino en cuanto producto industrial, lo que desalentaba su producción para la industria aceitera en su conjunto.

Al encontrarse saturado el mercado norteamericano con su propia producción, quedaba el mercado europeo. En el mismo se importaban 1.418.000 toneladas, dado que su producción era de sólo 61 mil. El interrogante era si se estaba en condiciones de competir con la producción asiática, principalmente con el Manchukuo, que era el país exportador de mayor volumen mundial. Y terminaba con una frase profética (1948) para décadas posteriores: “Si fuera posible resolver este último problema, el fomento del cultivo de la soja en el país sería sumamente fácil y sencillo” (...).

La soja es una planta excepcionalmente útil que, a diferencia de un “yuyo” necesita de prácticas agronómicas especiales para poder crecer. Además de los señalados hasta ahora, dos avances tecnológicos muy complejos confluirían para expandir fuertemente a la producción en la década de 1990: la siembra directa y el uso de plantas transgénicas (...).

Para enfrentar el viejo problema de los suelos erosionados por la falta de rotación, desde 1964 se desarrollaron las primeras experiencias destinadas a mejorar la situación, en la Estación Experimental Agropecuaria (EEA) de Pergamino, del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), llevadas adelante por el ingeniero agrónomo Marcelo Fagioli. Las mismas influyeron en el ingeniero agrónomo Carlos Senigagliesi, quien en la EEA de Marcos Juárez formó un grupo de investigación sobre los efectos de la cobertura de rastrojos en la acumulación de agua sobre el cultivo del maíz (...). Se fijó así la agenda desarrollada en el INTA por diversos investigadores. Ello coincidió con la creación del Centro Nacional de la Soja en la EEA de Marcos Juárez, en 1974. Se enviaron profesionales a entrenarse a Gran Bretaña, y en los terrenos de la Estación Experimental y de productores emprendedores de la zona se continuaron desarrollando los experimentos (...).

Uno de los puntos clave para el desarrollo de la siembra directa era el eficaz control de las malezas que se generaban al mantener los rastrojos sobre la tierra cosechada. Resultó relevante entonces que la empresa estadounidense de agroquímicos Monsanto comenzara en 1980 la distribución de su herbicida glifosato, no selectivo y sistémico, de menor toxicidad que el Paraquat y 2-4D, para ser utilizado en el período de barbecho (...).

En 1986 el INTA crea el Proyecto de Agricultura Conservacionista, que involucra a toda la institución y desarrolla experimentos adaptativos en campos de productores, que cubren un área de 5 millones de hectáreas. Integra al proceso a investigadores, extensionistas, asesores privados, productores, empresas de insumos y a otras instituciones, como las universidades estatales de Rosario y Buenos Aires, y del Banco de la Nación, que dio créditos a cien productores demostradores para la adquisición de maquinaria adecuada.

La estrategia central era la siembra directa y su aplicación al doble cultivo trigo-soja. En agosto de 1989 se constituye la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) con veinte socios, la mayor parte productores medios y algunos pequeños, que se convirtió crecientemente en el principal impulsor de esta estrategia productiva. A finales de la década se llega así a 92 mil hectáreas implantadas (...).

En su discurso del 31 de marzo, la Presidenta continuó diciendo que, en nuestro país, de los 300 millones de hectáreas de territorio nacional, “el 10%, 30 millones de hectáreas, se dedican y son cultivables, el 45% hoy, casi el 50% está dedicada al cultivo de la soja. Ahora bien, ¿esto convierte a la soja en algo maligno? No, pero de esa soja los argentinos sólo consumen el 5%, el otro 95% se exporta. ¿Y qué es lo que consumimos los argentinos? Leche, trigo, pan, carne, que está en la otra porción que va quedando y que cada vez es menor… Reitero: en el otro 50% tenemos que tener el trigo, el maíz, la carne, que es la dieta de los argentinos”.

Ideas que fueron repetidas insistentemente por distintos funcionarios y dirigentes rurales en el conflicto, y que no se corresponden con la realidad. La más importante es que el avance en la siembra y producción de soja se hace en detrimento de la producción de trigo, maíz, leche y carne, y que en algún momento nos quedaríamos sin disponibilidad de los mismos para el consumo interno.

Esta afirmación desconoce que, en función de los cambios técnicos desarrollados, la Argentina se encuentra en un nuevo proceso de expansión de su frontera agraria. La superficie en producción creció un 15% a nivel nacional en el período intercensal 1988-2002. Es decir que nos encontramos con una importante expansión agrícola, ya que se han incorporado a la producción en este período nada menos que 4.959.396 hectáreas, de las cuales 2.307.569 lo han sido en las provincias extrapampeanas, donde el incremento fue de un 50,3%, contra un 9,3% en las provincias pampeanas.

La superficie total implantada pasó de 33.105.585 hectáreas en 1988 a 38.064.983 en el 2002. Este proceso continuó sistemáticamente hasta nuestros días. La totalidad de los cultivos sembrados en cereales y oleaginosas en las campañas 2006/07 y 2007/08 llegó a 31.013.605 hectáreas, cifras no directamente comparables con las anteriores, pero que dan cuenta de la magnitud de la expansión.

(*) Publicado en Perfil 7/9/2008

Cómo se puede destrabar el conflicto con el campo (*)

Las retenciones móviles -aptas para un escenario internacional preocupante- deben sufrir algunas modificaciones para vincular los problemas coyunturales con estrategias de largo plazo.

Por: Osvaldo Barsky
SOCIOLOGO. INVESTIGADOR PRINCIPAL DEL CONICET

La rentabilidad de los productores agrarios está determinada por la diferencia entre sus ingresos y sus costos. En los productos que determinan lo esencial de las exportaciones agropecuarias argentinas (soja, maíz, trigo, girasol y carne vacuna) los ingresos dependen de la combinación del nivel de los precios internacionales, el tipo de cambio y las retenciones que es el impuesto a estas exportaciones.

En las últimas décadas distintas combinaciones de estos elementos determinaron situaciones diferentes para los productores. Los períodos más negativos se produjeron en gobiernos de orientaciones políticas casi antagónicas por el atraso cambiario ("tablita" de Martínez de Hoz y "uno a uno" de Cavallo) o precios internacionales muy bajos y altas retenciones (Cámpora y Alfonsín).

Desde la devaluación del año 2002 se inicia un período de precios internacionales excepcionalmente altos y de un tipo de cambio muy favorable para la exportación, lo que genera excedentes de gran magnitud, dado que las retenciones agropecuarias vigentes en estos años, aunque importantes en su monto total, fueron siempre detrás de la suba de precios. Esta combinación explica las altas rentabilidades que han permitido capitalizar fuertemente al sector agropecuario que ha respondido con una gran expansión productiva y con la aceleración de los cambios tecnológicos que se iniciaron desde la década de 1960. Al mismo tiempo, el aporte de estos recursos fiscales contribuye a mantener un esquema económico de tipo de cambio alto, superávit fiscal y crecientes reservas, clave para sostener un crecimiento elevado durante ya más de 5 años.

La nueva suba de precios internacionales determinó el aumento de las retenciones en octubre del 2007 y en marzo de este año. Hasta aquí no se generaron conflictos severos porque el continuo aumento de los precios licuó rápidamente estas deducciones. Sin embargo, la nueva propuesta de retenciones móviles, que acompañan en sentido ascendente y descendente el precio de los productos, provocó un rechazo masivo.

Las causas de ello deben ser buscadas en algo más profundo que en la afectación de rentabilidades (porque de todos modos los ingresos actuales son superiores a los existentes en octubre del año pasado), a errores técnicos en la confección del nuevo esquema de retenciones o a la insuficiente capacidad de comunicación gubernamental. Es evidente que la extracción de recursos mediante este mecanismo fiscal es visualizada como una transferencia creciente hacia el Gobierno central, sin quedar clara la aplicación de los mismos. Ello genera una contradicción interior/Gobierno central que supera al tradicional enfrentamiento ciudad/campo. Los intendentes de los pueblos y ciudades del interior que tienen serias dificultades en afrontar la recuperación de los caminos y rutas vecinales y locales son la expresión de un malestar que abarca no sólo a los productores y sus familias sino también a los comerciantes, proveedores de servicios y a los pequeños tenedores de tierras que arriendan sus campos y viven en los pueblos.

Más allá de una perspectiva de corto plazo, los productores rurales tendrían que saber que los escenarios sobre el precio de los productos agropecuarios muestran como muy posible una caída significativa a futuro, dada la inevitable recesión internacional iniciada en Estados Unidos y el aumento creciente de la oferta de soja que se desarrolla en los países del este europeo y en América latina por los altos niveles de precios alcanzados. Es por eso importante la idea de movilidad de las retenciones (hacia arriba y hacia abajo) combinadas con alteraciones del tipo de cambio que garanticen precios adecuados para el agro, evitando las crisis producidas por esquemas de instrumentos rígidos, ya sean retenciones, tipos de cambio fijos y atrasados o similares. Es relevante atemperar las variaciones del mercado internacional y usar este mecanismo para los bienes como el trigo y el maíz que impactan fuertemente en el nivel de precios internos.

Por eso destrabar el actual conflicto implica comenzar a abordar la problemática rural vinculando estrategias de largo plazo con los problemas que impone la coyuntura. Por ello el diálogo iniciado con las organizaciones agrarias debería incluir los siguientes puntos:

Modificación de las retenciones móviles establecidas eliminando las mismas en el tramo inferior de la escala y poniendo límites a la progresividad en las escalas superiores.

Destinar un porcentaje de las retenciones a la coparticipación con las provincias e intendencias con destino exclusivo para obras de infraestructura que mejoren caminos vecinales, acueductos, y otras obras definidas localmente como prioritarias. También destinar recursos para la terminación de obras emblemáticas para la infraestructura de cargas como la autopista Rosario-Córdoba y la mejora del transporte ferroviario de cargas.

Destinar recursos específicos para pequeños productores a través de los programas agropecuarios que dispone la Secretaría de Agricultura.

Bajar los costos del transporte de las regiones más alejadas de los puertos de exportación con subsidios al mismo de acuerdo a las distancias existentes, de modo de reparar los desequilibrios que afectan a las mismas.

Destinar recursos estatales para bajar los precios de los fertilizantes, particularmente los del fósforo en el caso de la soja para incentivar su utilización y afrontar el deterioro de suelos provocados por este cultivo.

Superado el conflicto, es imprescindible encarar el debate de propuestas de fondo que mejoren toda la calidad institucional del estudio y elaboración de las políticas agrarias, lo que incluye sumar a todos los actores: productores agrarios, Estado, consumidores urbanos, universidades, organismos científicos y tecnológicos, a través de una Ley Agraria que fije las políticas a partir de adecuados diagnósticos. De ahí la necesaria participación del Parlamento que canalice una problemática que no puede seguir siendo abordada con políticas parciales y coyunturales.

(*) Publicado en Clarín 31/3/2008

jueves, 4 de septiembre de 2008

¿De qué hablamos cuando hablamos del campo? (*)



En La rebelión del campo (Sudamericana), Osvaldo Barsky y Mabel Dávila analizan la crisis actual del sector a la luz de las transformaciones de los últimos años y confrontan los prejuicios con datos de la realidad económica

El desarrollo del actual conflicto agrario cristalizó distintas formas de representación de la realidad, de acuerdo con la mirada gubernamental o de los dirigentes agrarios, estilizada por comunicadores e intelectuales, o traducida a lenguajes de batalla por dirigentes sociales.


Una primera imagen que quedó instalada es que se trataba de una rebelión "del campo". La expresión no sólo es de fácil identificación popular sino que además recoge una dimensión histórica profunda, socialmente instalada, que vincula a un pasado nada lejano de gauchos, trabajadores criollos y chacareros inmigrantes que construyeron una parte decisiva de la Argentina moderna. El flamear de banderas argentinas como autorrepresentación del "campo" fue en la dirección del concepto de patria. El gobierno contestó en permanentes spots publicitarios que "la patria somos todos", aludiendo a sus políticas de obra pública, pero la batalla mediática estaba perdida.

Estaba perdida porque el concepto "campo" desde el comienzo de la rebelión atravesó no meramente a la gente que vive o trabaja en zonas rurales, sino que incluyó a la gran mayoría de los habitantes de los pueblos y ciudades más directamente vinculados a las actividades agropecuarias. Un vasto frente de productores en sus diversas gamas, transportistas, comerciantes, profesionales, obreros, empleados e industriales de empresas generadoras de maquinarias y servicios agropecuarios, se movilizó no solamente en las rutas sino dentro de los mismos centros poblados. La gran cantidad de intendentes que se declararon solidarios con este movimiento es la expresión de cuánto fueron afectadas las expresiones políticas por la profundidad y persistencia del mismo. Por lo tanto, en este nivel la palabra "campo" pasó a leerse rápidamente como "interior", y de hecho el cuestionamiento de la recaudación fiscal de las retenciones como no coparticipable con las provincias y los municipios fue una bandera rápidamente incorporada. [...]

Se ha querido constreñir el arco de sectores sociales involucrados apelando a sucesivas identificaciones sociales -"oligarquía", "terratenientes" fueron inicialmente los preferidos-, pero el cuadro social reflejado implacablemente por la televisión impedía aunque sea visualmente quedarse con esta imagen, más allá de sectores acomodados de la ciudad de Buenos Aires que podían impresionar con sus cacerolas de Callao y Santa Fe, pero que no representaban a la movilización desarrollada en términos de su amplitud social. Por ello, rápidamente fue pergeñada otra categoría social: "los pools de siembra". Lo suficientemente vaga y casi fantasmagórica para impresionar a una opinión pública normalmente muy desinformada de los agentes económicos que operan en la realidad agraria argentina. En menor medida, algunos carteles hablaban de "gringos amarretes", intentando capturar las incómodas imágenes que De Angeli y otros productores transmitían y no encajaban en esta demonización de los grandes propietarios de tierras primero, de capital después.

Sin embargo, estas perspectivas impedían entender cómo era posible que entidades a las que se les atribuye representar a sujetos sociales e intereses diferentes, como Federación Agraria Argentina y Sociedad Rural o CRA, se mantuvieran unidas con una llamativa coherencia. El tema está, indudablemente, asociado al manejo poco feliz del conflicto por parte del gobierno, incluyendo varios dirigentes partidarios que fatigaron los medios, al igual que los dirigentes rurales, con ríspidas declaraciones. Sin embargo, el tema va mucho más allá de coincidencias coyunturales por la lógica del enfrentamiento. [ ]
Los pools

En la década de 1990 se suman a este proceso de articulaciones de tierra y capital los llamados pools de siembra. La presencia de los mismos está muy relacionada con un importante retiro del Estado y fuertes endeudamientos de sectores del agro, provocados por la combinación de bajos precios, suba de costo de vida y ausencia de crédito a tasas convenientes, por las medidas impulsadas desde comienzos desde la década de los 90. También a los profundos cambios en los procesos de comercialización agropecuaria y a la mayor importancia en la utilización de insumos agroquímicos. Todos estos aspectos favorecen formas concentradas de organización de la producción y permiten capitalizar capitales extra agrarios a través de distintos mecanismos, que van desde bancos a empresas de organización de la producción. [ ]

Ya en 1991 Felipe Solá los denominaba empresa agrícola especializada, señalando como rasgo distintivo el papel de los profesionales de la ingeniería agronómica y la capacidad de esta forma de organización productiva de captar recursos financieros. Constituyeron un mecanismo de inversión hacia el agro y profundizaron el cambio tecnológico, al utilizar mayores niveles de insumos y controlar las formas de producir con los equipos de profesionales. [ ]

El ingreso de los pools generó canales de financiamientos masivos y muy flexibles, que fortalecieron fuertemente la integración con los contratistas y con los Centros de Servicios, estableciendo un sistema de redes productivas de alta capacidad de gestión. Toda esta estructura explica la posibilidad de una expansión geográfica, de rendimientos y de cifras productivas tan aceleradas como la observada desde mediados de la década del 90. [ ]

Para abordarlos desde las visiones que hizo emerger el conflicto es interesante señalar que las miradas más tradicionales, que hacían converger como el enemigo de la sociedad a los "terratenientes", quedaron restringidas a algunos ortodoxos que siguen mirando el agro con muchos años de atraso. Pero rápidamente se instaló en el imaginario colectivo la amenazante presencia de los llamados "pools de siembra". Quizás la vaguedad del sujeto los hizo especialmente aptos para ser identificados como el principal enemigo, no ya de los pequeños productores que se verían desplazados por su presencia, sino esencialmente por el gobierno, que lograría simplificar en una imagen la idea de sujetos de gran tamaño, con intereses meramente especulativos y por ende responsables también del alza mundial del precio de los alimentos, entre otras cosas.

Diego White destaca las grandes ventajas de los pools, que permiten articular a profesionales y comerciantes y otros agentes locales con propietarios de tierras que no tienen capital de trabajo o consideran que tendrán mayores utilidades arrendando los campos. Señala que esta modalidad ha permitido a muchos propietarios chicos y medianos conservar sus tierras, y promover la producción, dado que los que arriendan utilizan alta tecnología. [...] Para muchos productores este modelo de desarrollo no trae desarrollo local, fomenta el desarraigo y no genera empleo rural, destacando que el interés de los pools es sólo la inversión productiva y no existe por su parte una preocupación por el desarrollo de la región. [...]

Como hemos dicho, en el imaginario popular urbano, y seguramente en muchos funcionarios, los pools están asociados a unidades de gran tamaño en términos de superficie de tierra ocupada o de capital, o ambas cosas. En realidad, hemos visto que la mayor parte de estos emprendimientos son asociaciones temporales de muchos inversores de distinto origen -"vaquitas", en la jerga popular- y profesionales que, conociendo el negocio agropecuario, administran durante un tiempo acotado la actividad de sembrar y cosechar para luego distribuir los excedentes. Pero sí hay un crecimiento importante de grandes empresas agropecuarias que trabajando con continuidad, sin horizontes temporales acotados, y aplicando la misma estrategia con que nacieron los pools, organizan grandes redes de producción donde incorporan a un buen número de profesionales y contratistas, y no sólo aplican la tecnología más avanzada sino que además negocian condiciones muy favorables para la compra de insumos y la venta de los productos agropecuarios. [...]
Transformaciones

Las transformaciones sociales del agro pampeano han sido muy relevantes en estas décadas. El pasaje de un sistema de producción agrícola con importante presencia de arrendatarios a un sistema de dominio decisivo de los propietarios, operado entre 1940 y fines de la década de 1960, fortaleció numerosas capas de productores de distinta magnitud, como parte también de procesos de desconcentración de la propiedad de la tierra. Pero, paralelamente, los profundos cambios tecnológicos que elevaron la escala de producción fueron impulsando políticas de concentración de capital que se plasmaron en unidades de mayor tamaño para combinar distintas formas de acceso a la tierra. Los propietarios que pudieron capitalizarse ampliaron su unidad mediante la toma de tierras a otros, que se fueron retirando del proceso productivo para convertirse en rentistas. Políticas macroeconómicas concentradoras, sucesivas crisis y endeudamientos fortalecieron estos procesos y crearon condiciones para la emergencia de otras formas sociales. Dado el gran peso de los contratistas-tanteros tomadores de tierras, y de los contratistas de maquinarias, fue posible armar redes productivas articuladas muchas veces por profesionales de la ingeniería agronómica, donde los capitales externos se aportaban por asociaciones temporales. Con el tiempo, ello fue creciendo, y mediante figuras como los fondos fiduciarios primero y los fideicomisos después, se fortalecieron los denominados pools de siembra, que ampliaron estas escalas productivas y profundizaron los procesos. También perfeccionando estas formas organizativas, grandes empresas se consolidaron y expandieron en el país e incluso en el exterior, con estrategias asociativas con los dueños de la tierra, contratistas y profesionales, que les permiten maximizar sus ganancias al no tener que invertir en tierra y maquinaria. Toda esta dinámica, que además involucra fuertemente a los proveedores de maquinaria agrícola, transportistas, servicios y casas comerciales, en los últimos años consolidó económica y socialmente a una gran trama de agentes sociales. Es esta base social fuertemente unida por la defensa de los excedentes generados por la producción agraria y los procesos vinculados industrialmente la que generó el movimiento social expresado en la rebelión social producida. Entenderlo es fundamental para repensar la política agraria nacional.

(*) Publicado en La Nación
31/8/2008

Sin datos confiables, no hay política para el campo (*)

Entre los temas que desnudó el conflicto agropecuario se destaca el desconocimiento sobre los cambios del sector y la falta de información adecuada por parte del Gobierno.

Por: Osvaldo Barsky

Entre los temas que desnudó el conflicto agrario se destaca el desconocimiento que sobre los agentes sociales de este sector tienen numerosos actores urbanos. Esta carencia incluye a intelectuales y funcionarios que arrastran anquilosadas visiones sobre el agro, ignorando su diversidad y los vigorosos procesos de modernización plasmados en las últimas décadas. Los continuos procesos de desconcentración de la propiedad de la tierra desde principios del siglo XX coexisten actualmente con otros de concentración del capital, plasmados en el aumento del tamaño de las unidades productivas mediante formas combinadas de tenencia de la tierra, lo que está estrechamente asociado al tipo de cambios tecnológicos que requieren mayores inversiones en insumos y maquinarias y/o contratación de servicios.

Esta combinación destaca la presencia relevante de actores como los contratistas de maquinarias y los contratistas tanteros (arrendatarios por una cosecha o un año) e impulsa el crecimiento de numerosas capas de pequeños y medianos propietarios rentistas. En las últimas tres décadas se consolidan asociaciones de inversores urbanos con organizadores de la producción (muchas veces profesionales) que toman tierras y reparten los excedentes entre los involucrados, conformando así la emergencia de miles de los llamados "pools de siembra".

Algunas pocas empresas articulan en mayor escala estos factores en redes productivas que permiten cubrir cantidades significativas de hectáreas en el país y en el exterior. Estos actores se suman a los propietarios que trabajan directamente sus unidades y a los obreros asalariados permanentes y transitorios que se ocupan en las unidades productivas y en las tareas desarrolladas por los contratistas.

En esta estructura agraria el capital y la tierra no se concentran en pocas unidades, sino que el capital en maquinaria está en buena parte segmentado en numerosos propietarios (contratistas), mientras que los inversores financian insumos (fertilizantes, agroquímicos, semillas) y la contratación de servicios de maquinaria y profesionales. La consolidación de una cantidad significativa de arrendadores de tamaño pequeño o mediano, implica un sistema de distribución de los excedentes agropecuarios muy particular, ya que la renta del suelo no aparece asociada, como en visiones tradicionales, a la presencia de grandes terratenientes.

Es esta estructura social compleja, articulada con los pueblos y ciudades del interior a través de los inversores y de la alta conexión con la provisión de servicios y bienes, lo que termina conformando un bloque extremadamente sólido, contra el cual se estrelló la estrategia del gobierno en relación al conflicto agrario. Porque además esta solidificación social, que explica el mantenimiento de la Mesa de Enlace, se construye a través de un sostenido crecimiento de la producción de cereales y oleaginosas que incorpora numerosos cambios tecnológicos, lo que redefine la centralidad de este sector en el conjunto de la sociedad nacional.

Esta situación fue reflejada por los Censos Agropecuarios de 1988 y 2002, y en base a los mismos se realizan la mayoría de los análisis sobre el agro. Sin embargo, la velocidad de los cambios productivos y sociales, requiere una información actualizada. De ahí la alta importancia de la realización del Censo Nacional Agropecuario previsto para este año, así como el mantenimiento de otras iniciativas contempladas en el Sistema Nacional de Información Agropecuaria. Desgraciadamente esta generación de información fue destruida por la barbarie institucional desatada en el INDEC, el organismo responsable de estas actividades.

La opinión pública ha centrado su mirada en la falsificación del índice inflacionario por el organismo, y mucho menos atención ha merecido un proceso tan grave como el anterior, como ha sido la no publicación de las encuestas nacionales agropecuarias relevadas en los últimos años, así como la grotesca implementación del Censo Agropecuario de 2008 que debió hacerse simultáneamente en todo el país durante el mes de junio, técnicamente la única forma de tener validez y del que sólo se ha recogido información en algo más del 10% de las unidades agropecuarias. Bajo la orientación ideológica del Secretario de Comercio Interior, las autoridades del INDEC le han dado al mismo un carácter de fuente de información fiscal directa, lo que garantiza la deformación de la información por los productores. Frente a ello sólo cabe suspender este operativo cuyos datos serán definitivamente irreales.

Estos procedimientos fueron realizados desplazando a los funcionarios responsables del análisis del sector agropecuario, varios de ellos de un gran reconocimiento nacional e internacional, por colaboradores de segundo nivel o por nuevo personal inexperto en el desarrollo de actividades censales de extrema complejidad conceptual que requieren de una larga experiencia institucional y una aceitada práctica en su instrumentación.

Definir acertadas políticas agropecuarias, desafíos en que se encuentran actualmente las nuevas autoridades de la Secretaría de Agricultura, requiere no sólo de voluntad política y capacidad técnica, sino también de adecuada información. Mientras un sector del Estado nacional intente redefinir políticas específicas, es esquizofrénico asistir impunemente a la metódica destrucción del sector del Estado que debe generar información confiable y sofisticada que sustente dichas iniciativas.

Los cambios en el INDEC no son solamente asociables al cese del manejo discrecional del Secretario de Comercio, sino que implican recuperar para sus profesionales de alto nivel el manejo de áreas sensibles de información. Sería importante que las organizaciones agrarias, el INTA, el Ministerio de Ciencia y Tecnología, el CONICET, las universidades, asuman esta cuestión como imprescindible para recomponer el cuadro institucional que permita abordar los desafíos que el conflicto agropecuario puso en debate y que no han merecido una adecuada respuesta integral.

El autor de esta nota acaba de publicar en coautoría "La rebelión del campo" (Sudamericana).

(*) Publicado en Clarín 26/8/2008
Free counter and web stats