domingo, 12 de octubre de 2008

Una historia candente

En La rebelión del campo, dos reconocidos estudiosos analizan los cambios estructurales que se produjeron en el sector agrario durante las últimas décadas con el fin de comprender, desde esa perspectiva, el enfrentamiento entre productores y el Gobierno.

Por Ana María Vara
Para LA NACION

La rebelión del campo
Por Osvaldo Barsky y Mabel Dávila

Sudamericana/346 páginas/$ 45

"Y de golpe todo cambió." Las palabras que abren el libro de Osvaldo Barsky y Mabel Dávila sobre el reciente conflicto entre el gobierno y una parte importante de los productores agrarios tienen la retórica sencilla y contundente que caracterizará toda la obra. Las preguntas surgen inmediatamente: ¿cómo fue posible que se desatara una confrontación de tal magnitud? ¿Qué razones profundas movilizaron a chacareros cercanos a la Federación Agraria, codo a codo con ganaderos de la Sociedad Rural? ¿Por qué tantos argumentos alrededor de la soja?

La rebelión del campo. Historia del conflicto agrario argentino es un valioso aporte para comprender el enfrentamiento desde la perspectiva del sector agrario. No es un libro partidario ni reivindicativo, sin embargo. Los autores -reconocidos estudiosos de la historia del campo argentino- proponen una línea explicativa: los cambios estructurales que se produjeron en el sector en las últimas décadas. Para otros quedan, como ellos mismos admiten, los análisis sobre el peronismo y sus discursos, los piqueteros o la clase media urbana que se sumó a la protesta.

El primer capítulo cuenta el proceso de expansión agrícola, que comenzó en los años sesenta, según Barsky y Dávila, gracias a "transformaciones productivas y tecnológicas" que se acentuarían en las décadas siguientes. En esto polemizan con otros autores, que destacan el crecimiento de la década del noventa. A ellos responden que el acelerado aumento de la producción del sector en los últimos años se basó en las mejoras previas y se acentuó por el incremento de los precios internacionales de los cereales y oleaginosas. Así, la producción de unas 35 millones de toneladas anuales promedio de los años ochenta se transformó en números que hoy arañan los 100 millones.

Con humor, el capítulo segundo fue titulado "La soja no es un yuyo". Para los lectores poco familiarizados con el tema, será quizás el más interesante. Cuenta cómo la pampa de las vacas y el trigo se transformó en la pampa de la soja transgénica, fenómeno que desbordó a otras regiones del país. Su relato comienza con los primeros intentos fallidos por introducir la soja en el siglo XIX, pasando por los expertos que la impulsaron a mediados del XX, y las circunstancias externas que favorecieron su adopción: sobre todo, la caída en la producción de la anchoveta peruana, que dejó al mercado sin su fuente principal de alimento balanceado. La soja creció, entonces, particularmente como forraje para exportación. Enseguida se refieren a la perfecta combinación de las técnicas de siembra directa, incorporadas en la década del setenta para proteger los suelos deteriorados por el arado, con la soja tolerante a glifosato, desarrollada por la multinacional Monsanto e introducida en 1996.

Los autores analizan luego las acusaciones más importantes contra la expansión masiva de este cultivo, que desde hace algunos años representa casi la mitad de la superficie cultivada del país: si es cierto que produce deforestación, si agota los nutrientes del suelo, si genera desempleo, si supone la falta de otros alimentos de la canasta alimenticia. Su discusión es rigurosa y bien fundamentada, pero curiosamente dice poco de un trasfondo muy contencioso: la polémica internacional sobre transgénicos, una de las tecnologías más resistidas del presente. Entre otras razones, porque involucra desarrollos de multinacionales, a diferencia de la primera revolución verde, promovida desde organismos públicos nacionales e internacionales.

En el capítulo tercero, sobre los actores del campo, se destaca el análisis de los pools de siembra, una modalidad de organización que ve en el campo una opción más de inversión y que ciertamente estuvo en el centro del debate. A continuación, se responde una pregunta clave: ¿por qué se produjo ahora el enfrentamiento? El detonante está afuera: el gran aumento del precio de las commodities agrícolas, que "provocó una fuerte disputa entre el gobierno y los sectores agropecuarios por el destino de esas rentas excepcionales". Los motores detrás de la suba: el crecimiento del consumo en China e India; el interés por los biocombustibles; el aumento del petróleo; la crisis financiera internacional, que convirtió a las materias primas en objeto de especulación.

Los últimos tres capítulos presentan un esbozo de propuesta por parte de los autores. Se refieren a las retenciones y analizan su introducción pasada y presente. Concluyen que "los derechos de exportación no permiten distinguir entre los distintos tipos de productores, por eso afectan más a los de menor escala". En ese sentido, advierten que "si no se establecen diferencias, se promueve la concentración". También consideran el problema del alto precio de la tierra en la actualidad, una "excesiva valorización" que tiene efectos "muy negativos" sobre la producción de alimentos. Entre las soluciones, Barsky y Dávila proponen una jerarquización de la Secretaría de Agricultura como parte de una reforzada "institucionalidad agraria", que debe incluir a otras dependencias, como el Indec y el complejo científico-tecnológico. En este sentido, sostienen que la investigación en instituciones públicas como el INTA, el Conicet o las universidades "resulta estratégica para generar desarrollo rural".

A contrapelo de las recetas neoliberales, sus propuestas piden más planificación, más Estado: en diálogo, con condiciones, pero más Estado. Aunque no hacen un énfasis especial sobre el punto, es lo que hacen los países centrales. En esta materia y en muchas otras, como muestran los sucesivos rescates que fue realizando el gobierno de Estados Unidos en respuesta a la presente crisis financiera.

El impacto del tsunami de los precios agrícolas, que disparó el conflicto agrario, impone, sin embargo, considerar si la dimensión del Estado argentino es suficiente para responder a las oportunidades y amenazas de la globalización, o si debería pensarse en acuerdos regionales, o aun mayores, como fue la respuesta del G-20 ante la Ronda de Doha.

En síntesis, Barsky y Dávila sientan las bases para varias discusiones importantes que aún están pendientes.

Publicado en La Nación 11/10/2008
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